martes, 15 de septiembre de 2015

Una libreta migrante

UNA LIBRETA MIGRANTE



Desde hace un tiempo a esta parte, el escritor argentino Sergio Chejfec ha venido reflexionando sobre los cambios que trae aparejado la sustitución y la permutación de la escritura manual y mecánica por el desarrollo de los nuevos formatos digitales. En  lecturas recientes y atendiéndo a procesos escriturarios contemporáneos, se ha detenido en la parcial imbricación de los relatos con la iconografía visual o analógica como formas de validación externa de la literatura y  prueba documental. Al modo de ciertas instalaciones contemporáneas, los mapas en línea, los videojuegos o los simuladores de manejo en pantalla para principiantes, esas nuevas formas de ensamblaje y actuales dispositivos escriturarios permiten pensar al autor, en la transformación del viejo concepto de imitación (desplazando la categoría de representación) por el de la simulación; como si en verdad, estuvieramos atravesando una nueva fase o estadio del realismo. Una forma pensar, si se quiere, la actual interrogación sobre la paulatina descomposición del hecho literario; basta recordar su ensayo El punto vacilante (2005), algunas notas de lectura que circulan en revistas o por la red, la reproducción de sus manuscritos en su conocido blog “La parábola anterior”, su artículo “Lo que viene después”, producto de su intervención en un encuentro realizado en la ciudad de Sevilla sobre “Literatura y después. Reflexiones sobre el futuro de la literatura después del libro”, en el mes de abril del año 2012, o las inscrustaciones fotográficas en algunos relatos de su libro Modo linterna (2013). En su último libro Últimas noticias de la escritura, publicado recientemente por la Editorial Entropía en su colección “Apostillas”, Chejfec vuelve a colocar en el centro de sus reflexiones algunas ideas e hipótesis sobre el estatuto actual de la escritura y del arte contemporáneo.
Los nuevos protocolos tecnológicos y las traspolaciones  escenográficas de algunas herramientas digitales en la esfera del arte, parecen dar muestra de esta incipiente modificación, al  poner en peligro no sólo el principio de secuencialidad literaria; sino también, al mismo tiempo, corroer, a partir de ciertas experiencias colectivas, la noción e imagen de un autor único e indivisible. Testimonios estéticos donde el pasado cultural (libresco) parece disolverse o petrificarse en anaqueles polvorientos; o permanecer fosilizado en bibliotecas destinadas al paseo errante de anacrónicos investigadores, eclipsados bajo la irradiación insomne de sus cristales ópticos.
Si el comienzo de Últimas noticias de la escritura  se abre con la letra manuscrita de Salvador Garmendia que sirve como epígrafe al ensayo, una presencia fantasmática invade el texto. En este sentido, el último libro de Chejfec puede ser leído como la historia de una libreta donde se registra, los pasos errantes y peregrinos de la experiencia de la escritura. Ese carnet o cuaderno de apuntes, como amuleto u objeto de una superstición literaria, acompañará al escritor desde sus iniciales copias y transcripciones de historias kafkianas a los actuales croquis y bocetos literarios. Ideas, proyecciones y esquemas que parecen surgir de la cohabitación, intensa o pausada, en algunas estaciones de la vida del escritor, con una vieja libreta verde.
Los lazos conflictivos y tensos entre la escritura manual y la digital será uno de los motivos centrales que el autor recorrerá en su último ensayo. Así, el recuerdo de la experiencia de la escritura en su modo manual, el repiqueteo mecánico de los golpes sobre las teclas, o el imborrable timbre de un carro en su fricción sobre una tela entintada, reaparecerán en algunas prácticas artísticas como certificación actual de la simulación caligráfica y reproducción analógica de sus precursores materiales. Frente a la titilación incandescente de la pantalla señalarán, si se quiere, las formas de una historia del desplazamiento. La intriga o el misterio de la escritura manual ingresarán, otra vez, en la contemporaneidad, bajo nuevas modalidades digitales que modifican el sentido y el concepto material de su inscripción.
Es así, como en la reverberación de algunas experiencias, tanto literarias como plásticas; se repone la garantía de verdad de los manuscritos, y, en fricción con los anuncios proféticos de Walter Benjamin, asistimos a un retorno aurático. Ciertos empeños grafológicos en actuales formas de reproducción y de transcripción digital, son así puestos de relieve, en el ensayo, para poner de manifiesto algunos ejemplos de una mediación siempre conflictiva con el estatuto previo, físico y material de la grafía manual. Las instalaciones borgeanas y menardianas de Fabio Kacero, las transcripciones ilegibles en la serie sesiones performativas de Jim Youd, con su descomunal proyecto de reproducir mecánicamente cien obras de la literatura universal, los manuscritos encuadernados e ilustrados a mano en Joaquín Torres García,  el repertorio de trazos ilegibles y asémicos de Mirtha Dermisache, o el proyecto de Esteban Feune con sus Fotografías de libros intervenidos por 99 escritores, son puestos, a modo de ejemplos, como pruebas de la reproducción icónica del original o como retorno de los manuscritos por otras vías. Si para Boris Groys el carácter efímero de las instalaciones reemplazan el lugar social que antes tenía la novela en el siglo XIX, las “Mutaciones” de Agustín Fernández Mallo, los relatos-esquemas donde se repite, bajo los efectos del mapa digital, los trayectos urbanos de Smithson por New Jersey; las instalaciones verbales de Lorenzo García Vega que tienden a desacomodar la temporalidad literaria habitual; o las entradas, las cadenas virtuales y la  búsqueda de una nueva sintaxis a partir de los nuevos soportes digitales, en Carlos Gradin, ya sea en Charly-gr (spam) o en El peronismo es como, parecen afirmarse en nuevos protocolos y principios constructivos; y preanunciar modalidades del realismo por fuera de sus antiguas convenciones. Los subrayados, las anotaciones, las huellas de la manipulación física en los diarios, libretas o manuscritos, parecen resurgir con las técnicas analógicas del escaneo y por las reproducciones icónicas de los originales.
Cuando el oleaje de la memoria vuelve a traer el recuerdo grávido del encantamiento juvenil por el descubrimiento y la lectura de los papeles personales de Enrique Wernike, en viejas páginas de la revista Crisis, la reproducción visible de la letra única y privada del autor en su libreta, en una imagen como prueba tangible, inscribirá las instantáneas reflexiones sobre lo efímero en el arte a partir de un relato de César Aira. Las transformaciones perpetuas de las figuras sobre los pliegues de un papel delgado y efímero, a modo de ofrendas que los parroquianos entregan a una niña que corretea entre las mesas de un café, parecen disolverse, mientras su imperturbable madre dialoga con una amiga; al mismo tiempo que el autor, luego de una consulta oftalmológica, anota el título de su futuro proyecto. 
Es  verdad como dijo alguna vez Nicolás Rosa, el hombre pudo no haber escrito nunca y por ende no haber leído jamás. Las  actuales tecnologías  de  comunicación, en sus diversos registros y formatos, inciden  en  nuestra  vida  cotidiana y  articulan nuevas formas de experiencia pero suelen ocultar las intrigas y los misterios de una escritura.
En una línea del tiempo, las vacilaciones e incertidumbres de la letra sobre la pantalla son acompañadas por un cuaderno verde medio oculto sobre la mesa.




                                                                                                                        Por Edgardo H. Berg
                                                                                                 

                                                        (publicado en el Suplemento Literario de Telam, Octubre de 2015)

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