jueves, 14 de noviembre de 2019
Roberto Arlt
Una ciudad sobre la mesa de un laboratorio
Edgardo H. Berg
Hacia 1928, Roberto Arlt, joven periodista y autor de El juguete rabioso, abandona sus tareas de cronista policial en el
diario Crítica que dirigía por ese
entonces Natalio Botana y se incorpora a la nueva redacción del diario El
Mundo. Desde sus inicios, toma a su cargo la redacción de una nota
diaria en donde va a registrar distintos aspectos de la ciudad de Buenos Aires. Con su conocida columna de las “Aguafuertes”, que alude implícitamente al
conocido arte del grabado de su amigo Guillermo Facio Hebequer, a quien Roberto
Arlt admira, modifica los registros tradicionales del género y se configura, en
tanto autor, como un verdadero antropólogo de la modernidad. Iniciadas el 5 de
agosto de 1928, las “Aguafuertes” se publicarán, prácticamente, sin interrupciones hasta su muerte. Como coleccionista de las sensaciones y
experiencias de la ciudad moderna, Arlt afirma e inaugura un nuevo campo de
enunciación que excede el registro periodístico, donde se van entreverar las
polémicas y los diálogos con los lectores que el mismo autor promueve en su
columna (la famosa carta de los lectores), los apuntes y esquemas narrativos
que preanuncias sus relatos y novelas futuras, la autobiografía ficcional, su breve
y eficaz tratado de sociología urbana, donde bautiza y da nombre (crea e
inventa) a una serie de nuevos sujetos
sociales que emergen y se dan cita sobre la ciudad de Buenos Aires (desde sus numerosos
reos y ex, pasando por los filósofos cesantes, los engrupidores que dan la lata en el Congreso, el
hombre corcho, el furbo, hasta llegar al inefable squenum y los los falsificadores
de monedas); así mismo, , ensambla la noticia con mecanismos propios de la
ficción (la narración junto al diálogo que multiplica, al modo de un
caleidoscopio, las perspectivas), la investigación con la denuncia (y en esto
Arlt anticipa a Rodolfo Walsh, al configurar una especie de prehistoria del
relato testimonial o de la no ficción;
basta leer su aguafuerte “He visto morir” para ver la maestría con que Arlt
inscribe el suspenso a partir del fusilamiento, que él mismo presenció como
reportero en 1931, del dirigente anarquista Severino Di Giovanni).
La visión de
Buenos Aires en las “Aguafuertes” se abre paso al vertiginoso ritmo de la
velocidad de las máquinas que acortan las distancias y entrelazan los tiempos. Es así como los espacios abandonados y sedimentados por los residuos
industriales que abandona y olvida el nuevo proceso industrial del capitalismo sobre
la periferia de la ciudad (“Grúas abandonadas en la isla Maciel” es un
magnífico ejemplo) se entreveran con las imágenes hipermodernas; el kitsch
onírico y los paraísos artificiales que produce por ejemplo “Corrientes, ¡por
la noche!” (con sus mujeres ligeras que bailan al ritmo de las jazz-bands y bajo los
efectos de la cocaína, tal como nos cuenta Arlt en su conocida aguafuerte)
junto con el encantamiento que genera la vulgaridad y la exuberancia de lo
cursi en un bar de Belgrano.
Esa es la fluctuación y la oscilación con que se
presenta a Buenos Aires; como si en ella se perfilara el rostro de Jano; una
imagen paradojal, si se quiere, entre el paisaje industrial y ultramoderno y la
presencia de lo arcaico o el barrio, su imagen se esparce entre la ruina o el
desecho y el espacio virtual que anuncia el futuro.
Como en las
ensoñaciones diabólicas del cine expresionista, la ciudad, en Arlt, siempre
parece estar puesta sobre la mesa de un laboratorio. El ritmo entrecortado y fragmentario de sus “Aguafuertes”
hace saltar por el aire cualquier coordinación horaria. Su tiempo persiste en
la combustión alquímica de una moneda rara y excéntrica, al modo del recuerdo
de una experiencia verdadera que simula ser una actuación o el entrevero falso de
pugilistas sobre un ringside.
Edgardo H. Berg
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