Los papeles Perdidos
Había tomado la decisión de
terminar su Diario. En un par de meses saldría su tercer volumen y estaría
pronto en todas las librerías del país. Los manuscritos se los había confiado a
Liliana Della Barca para que les diera el último vistazo, su mejor amiga
marplatense que trabajaba ahora en el Suplemento Cultural del diario de
Bartolito. Instalado ya hace dos años en Buenos Aires, ahora, sus manuscritos
estaban en un mejor lugar. Cerca de su biblioteca personal y encintados en
cajas numeradas, los había trasladado en su estudio de la calle Montevideo al
400.[1] Durante años, habían estado
celosamente custodiados en la Biblioteca Central de la Universidad de
Princeton. Por esos años y cuando todavía dictaba clases en el Departamento de
Lenguas Modernas, se sentía vigilado y, a menudo, soñaba, con una voz nocturna
que lo amenazaba enviándole mensajes privados en su casilla de correo. Temía
que sus cuadernos se extraviaran y desconfiaba de un joven investigador
sanjuanino que estaba haciendo sus estudios de postgrado en la misma
Universidad, donde semestralmente impartía sus seminarios de Literatura
Latinoamericana. En el año 2005, lo había agraviado con su ensayo Falsificaciones. La cita apócrifa como acto
criminal. “Hay que leer libros, no los autores”, respondía a sus colegas
del Departamento de Lenguas para encubrir el temor paranoico que le producía
los comentarios despiadados y juveniles de Valentín Paulo Irarrazábal, una
suerte de alter ego perfecto del autor pero ideológicamente invertido.
“Volví. Fue una decisión
meditada. A ver si me pasaba como en el relato de Cortázar y me desplomaba
sobre una isla desierta”; ironizaba ante sus amigos, mientras en el living
miraban a su Boquita (“Ya no tiene al
último lector, al último estratega, pero el Guille como buen discípulo del
pelado está rearmando los peones sobre el rectángulo y ahora con esfuerzo
vendrán los éxitos postreros”, decía con implacable énfasis).
A media luz y con la
televisión todavía prendida, recordaba a Césare Pavese, mientras pensaba en Wittgenstein.
“Hay una verdadera ética de las acciones en su obra”. Una vida entera
dedicada a la literatura. Hay que saber desdoblarse y escribir un libro
autobiográfico en tercera persona. Apropiarse de otra identidad y convertirse
en un clown para transmitir toda esa pasión. Una vida hecha de citas, como
quien dice”.
Los encuentros y
conversaciones interminables sobre literatura en el café Ópera o en Babieca,
cerca del Ateneo, ya eran historias personales que sucedían en otra parte.
Durante estos últimos meses, casi no hablaba y muy esporádicamente frecuentaba
a sus amigos. Le gustaba su nuevo aire de
invisibilidad y esa suerte de exilio interior que había asumido. El exceso de
exposición en los medios masivos lo habían lacerado hasta los tuétanos y sentía
las huellas en su cuerpo. Las presentaciones, los viajes, las secuencias
literarias en TV por suerte, ya habían cesado. Esconderse y solo revisar el
Diario; corregir los papeles. Ya casi no pensaba. Ahora tomaba decisiones como
si el pensamiento y los hechos fueran la misma cosa. “Escribir sin mediaciones,
como una música pura lanzada en el transcurso del tiempo. Contar una historia
personal cifrada en sentencias, esquemas y relatos nítidos. Eso es un verdadero
Diario. El manual de un estratega en el combate de la vida”, afirmaba con
insistencia. Frente a los intereses y prejuicios idiotas del medio intelectual
local, había construido, durante todos estos años piadosos, un fino y delicado
acueducto subterráneo y sólo aquellos que naden contra la corriente
podrán flotar sobre los flujos cristalinos de esa lengua materna.
“Todas
las historias se enhebran con nuestra propia vida”, pensó en soledad. Había
comprendido que esa historia era suya y que con un solo gesto definiría su
destino.
Ahora
y en el medio de una noche larga, se filtraba sobre la ventana del living del
décimo piso un aire húmedo y con olor a tierra mojada. Casi sin darse cuenta y
como un ramalazo repentino del azar, recordó alarmado que le habían quedado una
serie de cuadernos sin descifrar (12PCM era la nomenclatura de la caja
encintada en su cuarto y que encubría el relato de un viejo ardor juvenil). Era
demasiado tarde, ya había tomado la decisión de publicar sus apuntes privados y
la Editorial, como de costumbre, lo apremiaba.
El
zumbido de una música conocida y familiar no lo dejaban dormir. No era una
pesadilla, sino el repiqueteo de los dedos sobre una vieja tela entintada y los
ritmos acompasados sobre un carro que desacomodaban la tranquilidad silenciosa
del anochecer. Las primeras exploraciones, los primeros hallazgos, las
historias gemelas titilando; todavía, tan nítidas como un blanco lunar. Sus
ojos parpadeaban tímidamente y, bajo la tenue luz de la lámpara encendida,
revisaba la última hoja de su cuaderno de tapas azules. Una línea de montaje
olvidada en el recuento de una vida. Una ilusión perdida en los oleajes de la
historia perpetua de Pablo Fontán.
Ahora,
el recuerdo comienza a desvanecerse y la fascinación por esas notas vírgenes se
diluye, como se pierde la pasión del primer beso, después de haberse iniciado
el fuego.
Los
platos coloreados con un rojo intenso de salsa fileto sobre la pileta, dos o
tres vasos con restos de ron todavía sin lavar y la puerta de servicio que se
abre. Acelerado por salir a tiempo, había forzado el picaporte equivocado. Por
suerte y antes de cualquier exposición o tímida flaqueza, ya estaba en la
vereda. Perturbado por el sudor, doblaba trotando sobre la esquina de
Scalabrini Ortiz. El chillido nocturno de voces y ruidos mecánicos lo acompañan
en su marcha y, al mismo tiempo, lo confundían. Debía volver. Había regresado
sólo por un mes. Tenía que preparar su informe final para el Departamento de
Lenguas Modernas. “La cita errónea”, pensó Valentín.
Edgardo H. Berg
[1]
En
las siglas de los manuscritos EME aparecen en los facsímiles 10, 103,
207, 203, 175. En el facsímil 103 se hace alusión a una visita de EME y en el
207 el narrador va a visitar o proyecta visitar a EME. En el 203 hay un
personaje, un tal Muzzio que es parte de
la novela de Steve (novela inconclusa) y en el 175 EME viaja a Buenos Aires.
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