jueves, 14 de noviembre de 2019
Roberto Arlt
Una ciudad sobre la mesa de un laboratorio
Edgardo H. Berg
Hacia 1928, Roberto Arlt, joven periodista y autor de El juguete rabioso, abandona sus tareas de cronista policial en el
diario Crítica que dirigía por ese
entonces Natalio Botana y se incorpora a la nueva redacción del diario El
Mundo. Desde sus inicios, toma a su cargo la redacción de una nota
diaria en donde va a registrar distintos aspectos de la ciudad de Buenos Aires. Con su conocida columna de las “Aguafuertes”, que alude implícitamente al
conocido arte del grabado de su amigo Guillermo Facio Hebequer, a quien Roberto
Arlt admira, modifica los registros tradicionales del género y se configura, en
tanto autor, como un verdadero antropólogo de la modernidad. Iniciadas el 5 de
agosto de 1928, las “Aguafuertes” se publicarán, prácticamente, sin interrupciones hasta su muerte. Como coleccionista de las sensaciones y
experiencias de la ciudad moderna, Arlt afirma e inaugura un nuevo campo de
enunciación que excede el registro periodístico, donde se van entreverar las
polémicas y los diálogos con los lectores que el mismo autor promueve en su
columna (la famosa carta de los lectores), los apuntes y esquemas narrativos
que preanuncias sus relatos y novelas futuras, la autobiografía ficcional, su breve
y eficaz tratado de sociología urbana, donde bautiza y da nombre (crea e
inventa) a una serie de nuevos sujetos
sociales que emergen y se dan cita sobre la ciudad de Buenos Aires (desde sus numerosos
reos y ex, pasando por los filósofos cesantes, los engrupidores que dan la lata en el Congreso, el
hombre corcho, el furbo, hasta llegar al inefable squenum y los los falsificadores
de monedas); así mismo, , ensambla la noticia con mecanismos propios de la
ficción (la narración junto al diálogo que multiplica, al modo de un
caleidoscopio, las perspectivas), la investigación con la denuncia (y en esto
Arlt anticipa a Rodolfo Walsh, al configurar una especie de prehistoria del
relato testimonial o de la no ficción;
basta leer su aguafuerte “He visto morir” para ver la maestría con que Arlt
inscribe el suspenso a partir del fusilamiento, que él mismo presenció como
reportero en 1931, del dirigente anarquista Severino Di Giovanni).
La visión de
Buenos Aires en las “Aguafuertes” se abre paso al vertiginoso ritmo de la
velocidad de las máquinas que acortan las distancias y entrelazan los tiempos. Es así como los espacios abandonados y sedimentados por los residuos
industriales que abandona y olvida el nuevo proceso industrial del capitalismo sobre
la periferia de la ciudad (“Grúas abandonadas en la isla Maciel” es un
magnífico ejemplo) se entreveran con las imágenes hipermodernas; el kitsch
onírico y los paraísos artificiales que produce por ejemplo “Corrientes, ¡por
la noche!” (con sus mujeres ligeras que bailan al ritmo de las jazz-bands y bajo los
efectos de la cocaína, tal como nos cuenta Arlt en su conocida aguafuerte)
junto con el encantamiento que genera la vulgaridad y la exuberancia de lo
cursi en un bar de Belgrano.
Esa es la fluctuación y la oscilación con que se
presenta a Buenos Aires; como si en ella se perfilara el rostro de Jano; una
imagen paradojal, si se quiere, entre el paisaje industrial y ultramoderno y la
presencia de lo arcaico o el barrio, su imagen se esparce entre la ruina o el
desecho y el espacio virtual que anuncia el futuro.
Como en las
ensoñaciones diabólicas del cine expresionista, la ciudad, en Arlt, siempre
parece estar puesta sobre la mesa de un laboratorio. El ritmo entrecortado y fragmentario de sus “Aguafuertes”
hace saltar por el aire cualquier coordinación horaria. Su tiempo persiste en
la combustión alquímica de una moneda rara y excéntrica, al modo del recuerdo
de una experiencia verdadera que simula ser una actuación o el entrevero falso de
pugilistas sobre un ringside.
Edgardo H. Berg
lunes, 27 de marzo de 2017
Jornadas Nacionales Homenaje a Rodolfo Walsh (23, 24 y 25 de marzo de 2017)
Durante los días 23, 24 y 25 de Marzo del presente año y en el marco del 40 aniversario del asesinato y la desaparición del escritor Rodolfo Walsh se desarrollaron las Jornadas Nacionales de Homenaje al escritor argentino en la Facultad de Humanidades de la UNMdP y en la sede de ADUM, La apertura contó con las palabras de la Decana de la Facultad de Humanidades, Dra. María Coira y continuó con la lectura de un escrito inédito de Ricardo Piglia, entregado oportunamente a nuestro Grupo de Investigación con motivo de las Jornadas. Iniciadas en la mañana del día 23 de marzo en el aula ex 60 (hoy y desde hace diez años Aula Rodolfo Walsh), continuó a partir de la tarde del mismo jueves y los días viernes 24 y sábado 25 de Marzo en el Aula 2 (dos) de la sede de ADUM, No sólo fue un homenaje destinado a mantener viva la memoria de Walsh, sino también fue un espacio de reflexión crítica en torno a su figura y su obra. Desde distintos ejes, distintas miradas y disciplinas, y con la intervención en mesas temáticas y paneles de docentes, investigadores, periodistas y alumnos se desarrollaron apasionadas lecturas y debates no menos intensos en las Jornadas organizadas por el Grupo de Investigación de la Universidad Nacional de Mar del Plata "Literatura, política y cambio" y que contó en el comité académico y organizador a los miembros del Grupo Mg. Edgardo H. Berg, Dra Nancy Fernández, Prof. Joaquín Correa, Prof. Agustina Catalano, Dr. Martín Pérez Calarco y Fernanda Mugica.
viernes, 6 de enero de 2017
Los papeles perdidos
Los papeles Perdidos
Había tomado la decisión de
terminar su Diario. En un par de meses saldría su tercer volumen y estaría
pronto en todas las librerías del país. Los manuscritos se los había confiado a
Liliana Della Barca para que les diera el último vistazo, su mejor amiga
marplatense que trabajaba ahora en el Suplemento Cultural del diario de
Bartolito. Instalado ya hace dos años en Buenos Aires, ahora, sus manuscritos
estaban en un mejor lugar. Cerca de su biblioteca personal y encintados en
cajas numeradas, los había trasladado en su estudio de la calle Montevideo al
400.[1] Durante años, habían estado
celosamente custodiados en la Biblioteca Central de la Universidad de
Princeton. Por esos años y cuando todavía dictaba clases en el Departamento de
Lenguas Modernas, se sentía vigilado y, a menudo, soñaba, con una voz nocturna
que lo amenazaba enviándole mensajes privados en su casilla de correo. Temía
que sus cuadernos se extraviaran y desconfiaba de un joven investigador
sanjuanino que estaba haciendo sus estudios de postgrado en la misma
Universidad, donde semestralmente impartía sus seminarios de Literatura
Latinoamericana. En el año 2005, lo había agraviado con su ensayo Falsificaciones. La cita apócrifa como acto
criminal. “Hay que leer libros, no los autores”, respondía a sus colegas
del Departamento de Lenguas para encubrir el temor paranoico que le producía
los comentarios despiadados y juveniles de Valentín Paulo Irarrazábal, una
suerte de alter ego perfecto del autor pero ideológicamente invertido.
“Volví. Fue una decisión
meditada. A ver si me pasaba como en el relato de Cortázar y me desplomaba
sobre una isla desierta”; ironizaba ante sus amigos, mientras en el living
miraban a su Boquita (“Ya no tiene al
último lector, al último estratega, pero el Guille como buen discípulo del
pelado está rearmando los peones sobre el rectángulo y ahora con esfuerzo
vendrán los éxitos postreros”, decía con implacable énfasis).
A media luz y con la
televisión todavía prendida, recordaba a Césare Pavese, mientras pensaba en Wittgenstein.
“Hay una verdadera ética de las acciones en su obra”. Una vida entera
dedicada a la literatura. Hay que saber desdoblarse y escribir un libro
autobiográfico en tercera persona. Apropiarse de otra identidad y convertirse
en un clown para transmitir toda esa pasión. Una vida hecha de citas, como
quien dice”.
Los encuentros y
conversaciones interminables sobre literatura en el café Ópera o en Babieca,
cerca del Ateneo, ya eran historias personales que sucedían en otra parte.
Durante estos últimos meses, casi no hablaba y muy esporádicamente frecuentaba
a sus amigos. Le gustaba su nuevo aire de
invisibilidad y esa suerte de exilio interior que había asumido. El exceso de
exposición en los medios masivos lo habían lacerado hasta los tuétanos y sentía
las huellas en su cuerpo. Las presentaciones, los viajes, las secuencias
literarias en TV por suerte, ya habían cesado. Esconderse y solo revisar el
Diario; corregir los papeles. Ya casi no pensaba. Ahora tomaba decisiones como
si el pensamiento y los hechos fueran la misma cosa. “Escribir sin mediaciones,
como una música pura lanzada en el transcurso del tiempo. Contar una historia
personal cifrada en sentencias, esquemas y relatos nítidos. Eso es un verdadero
Diario. El manual de un estratega en el combate de la vida”, afirmaba con
insistencia. Frente a los intereses y prejuicios idiotas del medio intelectual
local, había construido, durante todos estos años piadosos, un fino y delicado
acueducto subterráneo y sólo aquellos que naden contra la corriente
podrán flotar sobre los flujos cristalinos de esa lengua materna.
“Todas
las historias se enhebran con nuestra propia vida”, pensó en soledad. Había
comprendido que esa historia era suya y que con un solo gesto definiría su
destino.
Ahora
y en el medio de una noche larga, se filtraba sobre la ventana del living del
décimo piso un aire húmedo y con olor a tierra mojada. Casi sin darse cuenta y
como un ramalazo repentino del azar, recordó alarmado que le habían quedado una
serie de cuadernos sin descifrar (12PCM era la nomenclatura de la caja
encintada en su cuarto y que encubría el relato de un viejo ardor juvenil). Era
demasiado tarde, ya había tomado la decisión de publicar sus apuntes privados y
la Editorial, como de costumbre, lo apremiaba.
El
zumbido de una música conocida y familiar no lo dejaban dormir. No era una
pesadilla, sino el repiqueteo de los dedos sobre una vieja tela entintada y los
ritmos acompasados sobre un carro que desacomodaban la tranquilidad silenciosa
del anochecer. Las primeras exploraciones, los primeros hallazgos, las
historias gemelas titilando; todavía, tan nítidas como un blanco lunar. Sus
ojos parpadeaban tímidamente y, bajo la tenue luz de la lámpara encendida,
revisaba la última hoja de su cuaderno de tapas azules. Una línea de montaje
olvidada en el recuento de una vida. Una ilusión perdida en los oleajes de la
historia perpetua de Pablo Fontán.
Ahora,
el recuerdo comienza a desvanecerse y la fascinación por esas notas vírgenes se
diluye, como se pierde la pasión del primer beso, después de haberse iniciado
el fuego.
Los
platos coloreados con un rojo intenso de salsa fileto sobre la pileta, dos o
tres vasos con restos de ron todavía sin lavar y la puerta de servicio que se
abre. Acelerado por salir a tiempo, había forzado el picaporte equivocado. Por
suerte y antes de cualquier exposición o tímida flaqueza, ya estaba en la
vereda. Perturbado por el sudor, doblaba trotando sobre la esquina de
Scalabrini Ortiz. El chillido nocturno de voces y ruidos mecánicos lo acompañan
en su marcha y, al mismo tiempo, lo confundían. Debía volver. Había regresado
sólo por un mes. Tenía que preparar su informe final para el Departamento de
Lenguas Modernas. “La cita errónea”, pensó Valentín.
Edgardo H. Berg
[1]
En
las siglas de los manuscritos EME aparecen en los facsímiles 10, 103,
207, 203, 175. En el facsímil 103 se hace alusión a una visita de EME y en el
207 el narrador va a visitar o proyecta visitar a EME. En el 203 hay un
personaje, un tal Muzzio que es parte de
la novela de Steve (novela inconclusa) y en el 175 EME viaja a Buenos Aires.
lunes, 2 de enero de 2017
"La ficción inacabada de nuestra historia"
Volver y partir. Venía de un viaje y me enteré tarde por un amigo. La
voz ronca, el ceño fruncido, las convicciones intactas. Rara vez sonreía. “Decir
adiós es morir un poco”, decía el gran Raymond Chandler y los recuerdos, con
sus bifurcaciones y espejismos se suelen teñir del color del sueño. El
encantamiento natural de los primeros encuentros, un par de conversaciones
telefónicas que giraban por ese entonces entre la política y la literatura,
almuerzos y cenas compartidas; algunos diálogos intensos en los entreactos de
algunos Congresos. El 4 de noviembre de 1994, junto a mis compañeras de cátedra
de la Facultad tuvimos un primer encuentro con Andrés Rivera una tarde de
primavera, en un bar que funcionaba en el Restaurante de La Cuadrada por la calle 9 de Julio. Esta primera entrega formó parte
de una serie de diálogos ininterrumpidos que mantuve con el autor en estos años
felices. En forma de entrevista fue publicada en 1995 por la Revista del Centro
de Letras Hispanoamericanas de la Universidad Nacional de Mar del Plata.[1] La
próxima entrega de esta serie será un diálogo inédito en forma de dueto que
mantuvimos con el autor con mi amigo Carlos Gazzera, en agosto del 2002 a pocos
días de la muerte de mi padre.
Nancy Fernández: Quisiera que nos
hablaras del tema del comienzo de tu escritura. ¿Qué te motivó a escribir y
cómo empezaste? ¿Cuándo hacés consciente la necesidad de un cambio en tu
escritura? ¿Qué
materiales o qué lecturas te motivan?
Hoya la tarde, nos contabas sobre la aparición en un periódico de una noticia
que te impulsó a escribir El amigo de
Baudelaire, me refiero al caso de Negretti y Lucrecia.[2]
Andrés Rivera: Los soviéticos tenían un cronista notable, IlIia
Ehrenburc. Él dijo alguna vez -cuando
todavía existía la Unión Soviética- respecto de los jóvenes escritores, que
escribían una primera novela testimonial y después quedaban vacíos, sin nada
que decir. Habían puesto en sus veinticinco años, todo lo que les daba su capacidad
de narrador Un poco creo que eso, fue lo que me ocurrió a mí con El Precio que comencé a escribir,
mientras trabajaba de tejedor de seda en un suburbio de Buenos Aires. En la
novela estaba el mundo que conocí a través de
mi familia y a partir de mi corta experiencia como obrero textil Y luego, Los que no mueren fue, en buena
medida, una corrección; muy intuitivamente empecé a desechar la voluntad No me
convertí en un partidario de las novelas flacas pero si descubrí que no había
que abundar No sabía muy bien cómo era ese arte Esas dos primeras novelas
hablan de lo mismo, de un mismo mundo Los que no mueren se reduce a una pequeña historia: el mundo de una fábrica
donde un obrero termina su ciclo y se suicida. Para esa historia yo tenía
demasiado material y Nada que perder es una vuelta de tuerca de todo ese mundo narrativo. En el
momento que la escribo, tenía alrededor de cincuenta y cuatro años y había
aprendido algo de mi oficio, sobre todo a través de la lectura Una lectura
arbitraria pero creo que fue Faulkner, quien dijo que hay que leer lo bueno y
lo malo. De manera que iba de horrendas novelas policiales a Chandler y Hammett
que, por algunos momentos, es superior a Hemingway. En esta dulce tierra, surge de una pequeña historia que leí, acerca de
un hombre que vivió diez años encerrado en un sótano, debido a una persecución política
Por qué entonces no se puede ubicar esa historia en la época de Rosas y la
Mazorca, y por qué no, si en 1982 estaba terminando el ciclo del gobierno
militar.
N,F.: ¿ Cómo es la relación con tu escritura ?
¿Borrás, corregís, reescribís tus
propios textos?
A.R.: Soy muy anacrónico. Sigo escribiendo a
mano y después de dos o tres veces de corrección, empiezo a escribir a máquina
N.F. : ¿Un escritor es
también un "flâneur"?
A.R.: Claro ¿ Cómo le cuento a otro escritor
ese proceso? Por pobre que sea, par a uno es espléndido. Más de una vez me digo
por qué no llevaré un grabador encima. Ahora, te imaginás yo caminando por la
calle Corrientes con un grabador y hablando. Ya es suficiente con ver esos
hombres y mujeres con el teléfono inalámbrico, decidiendo algún negocio,
preguntando cómo está el nene o concertando algún
encuentro íntimo. Un momento de esos me llamó poderosamente la atención y
escribí un cuento que ya es un poco viejo y habría que cambiarlo. Hay que
confiar en el lector para que ubique esos tres o más años atrás, cuando los
walkmann necesitaban un texto.
Edgardo H, Berg. Me gustarla que nos
con taras los avatares de la publicación de El verdugo en el umbral que acaba de salir ¿Cuál es la historia básica?
AR,: La novela estaba lista para su publicación en 1974. La llevé a la
filial argentina de Siglo XXI y me la aceptaron. Publicaron antes una novela
policial y eso iba demorar su publicación y como muchos argentinos de ese
tiempo, advertí que se estaba terminando el tiempo político y que algo iba a
ocurrir, en un país donde el terrorismo de Estado era proclamado como una
necesidad. Entonces lo llevé a Corregidor, firmamos un contrato y sobrevino el
golpe militar. Finalmente convenimos con el editor en que el libro tenía que
esperar. Esperó en un cajón Creo que en algún momento lo llevé a Sudamericana
y, también, mi compañera la envió a alguien a México pero así como salió,
volvió. Después llevé la novela sin revisar a Centro Editor de América Latina
pero la editorial no había abierto una línea narrativa, de modo que la retiré.
Y entonces, la cambié por Nada que
perder que había escrito en esos años en que no publicaba nada. Y hará unos
diez años, contra mis costumbres, que le eché una mirada y el libro no me gustó
y entonces lo reescribí de la primera a la última palabra hasta que,
finalmente, me lo aceptaron en Alfaguara, donde ya había publicado El amigo de Baudelaire y La sierva. Luego de recibir el Premio
Nacional de Literatura, me pidieron un libro de cuentos que más tarde apareció
con el nombre de Mitteleuropa. Y
entonces, tuve que hacer mucho equilibrio, entre algunos cuentos inéditos y otros
en tren de escribir y recién después apareció El verdugo en el umbral. Es la novela más autobiográfica que
escribí. Habla de mi madre y de mi padre e insinuando entre esos dos
testamentos, otra " novela" o relato muy personal Diarios que comencé
y dejé de escribir, cartas, relaciones con alguna
mujer. Ustedes que conocen de los
arrabales argentinos sabrán quién escribe esas cartas, qué fragmentos de cartas
yo coloco en la novela.
N.F.: Yo te vaya preguntar
algo de cocina literaria ¿Cómo escribís
los títulos? ¿Tenés algún modo
de buscarlos? ¿ Cómo titulás? ¿ A partir de una escena que imaginás o un personaje?
A.R.: Yo no puedo empezar a escribir sino tengo el título
del texto. Primero título y luego viene la historia. Yo necesito el título, cuando
escribí La sierva, después la
historia vino a mí, sola. Me pasó lo mismo con El amigo de Baudelaire, si la novela era el encuentro de Bedoya y
Baudelaire y eso estaba ahí en el título. Y el título, La revolución es un sueño eterno, es una paráfrasis de una frase
de Monteagudo "la muerte es un sueño eterno". Con respecto a mis primeras
novelas, El Precio por ejemplo, era
lo que yo pensé que pagaba por poner ese testimonio en la novela y Los que no mueren es un título
militante. Y Mitteleuropa, bueno allí
hay un cuento con ese título. Por lo general, los libros de cuentos llevan por
título el mismo de un cuento que se halla ahí. Uno que todavía no publiqué, lo
titulé “Treintaisiete grados”, más o menos la temperatura del cuerpo humano y
también, porque era la temperatura del día que lo escribí, en una tarde de
verano El otro libro de cuentos que pienso publicar lleva por título La lenta velocidad del coraje y de esa
historia yo fui testigo. Cuando tenía más o menos armada la historia, se me
impuso sola. Si aparece ese contraste entre lentitud y velocidad, es porque el
personaje del relato adquiere de un modo muy lento y tortuoso, el coraje
necesario para matar.
E H.B : La crítica que ha
trabajado tus textos, en general, distingue dos momentos de tu poética. Un
primer momento que estaría cristalizado con El Precio (1957) y Los que no mueren (1959), una producción más cercana a la estética
del realismo social y un segundo momento, que tendría a Ajuste de cuentas (1972) como texto de clausura y de viraje, que se
profundiza hacia los '80, a partir de Nada
que perder (1982).Transformación, que no sólo implicaría la apertura de una
nueva poética narrativa, sino también, una forma de leer la historia, una nueva
semántica de la historia articulada en tus textos.
AR: En general, yo divido lo que escribí en prehistoria e historia. La
historia comienza en 1972 con Ajuste de
cuentas, y de ello habló Ricardo Piglia en la revista Los Libros como un momento de inflexión en mi escritura. A partir de ahí, tuve diez años de reflexión y
de trabajo pero sin publicar. Pero quisiera agregar que yo no renuncio a lo que
escribí desde El Precio hasta los
años '70. Quiero decir que si puedo, vaya reescribir El Precio como reescribí Los
que no mueren en forma de cuento; y si en el futuro publico un libro de cuentos,
Los que no mueren tendrá su justo
lugar. Será un cuento más o menos extenso que llevará por título “Cómplices”. Es verdad
que ese aprendizaje solitario cambió mi escritura. ¿ Por qué se cambia? Me lo he preguntado muchas veces.
Yo tenía en los comienzos, un público adicto: jóvenes militantes como yo que leyeron
El Precio y se sintieron
identificados. En la novela aparecía alguien que hablaba por ellos; alguien que
hablaba del mundo de sus padres, de un mundo de explotación del que ellos tenían
un conocimiento directo, un conocimiento oral o el conocimiento que surge de la
militancia política. En este sentido, yo tuve que combatir conmigo mismo
ciertos imperativos de la militancia. Hoy para ustedes, es un dato histórico
cuando se cita el" realismo socialista".
N.F : Se podría decir
que tus primeras novelas, adhieren a la teoría del reflejo, al modo del
realismo "clásico"
Por eso, esa unilateralidad y asepsia en tu escritura de la historia. Luego tu poética
cambia, se hace más elíptica y desviada, más fragmentaria y menos lineal, como
por ejemplo en El amigo de Baudelaire
(1991), donde por momentos se
diluyen las marcas de enunciación y uno tiende a
preguntarse quién está hablando.
A.R.: La revolución es un sueño eterno (1987) para darte un ejemplo, no es nada lineal. Tiene una escritura que
avanza sobre sí misma, en la que hay cambios muy imperceptibles de un párrafo a
otro: un verbo, un sustantivo o un adjetivo que cambia y plantea un nuevo
horizonte para lo que va a venir. Yo creo que no vaya volver a escribir un
texto como La revolución es un sueño
eterno. Fue un momento muy especial para mí y que le ocurre a cualquier
escritor. Faulkner no volvió a escribir El
sonido y la furia, escribió Luz de agosto.
Yo me opongo a hablar de estilos, hay un tono. Y el tono de La revolución...
respondía a un hombre en vísperas de su muerte. Un hombre como Castelli que fue
llamado el orador de la Revolución de Mayo y tiene un cáncer de lengua, una
paradoja atroz. Eso fue el motor o lo que me impulsó a la escritura. Y eso
también le ocurre a un narrador honesto. Se quiere decir todo y Castelli quiso
decir todo antes de morir. En este sentido, puedo aceptar que hubo una identificación
de una magnitud que yo no podría calificar, entre Castelli y yo. Yo sabía de
antemano que Castelli fue un derrotado. El me lo dijo a través de la historia,
lo dijo como personaje. Y eso para mí, fue un dato decisivo para que yo me
identificara con él, habida cuenta de que yo tampoco soy un triunfador. Además,
hubo un cambio en la mirada histórica. Digamos, los enemigos de Castelli, los enemigos
de mis amigos en El Precio, merecen
que se los mire con más atención, que no se los despache sólo con la repulsa y
el odio. Eso no los califica, los hace más inteligentes y poderosos de lo que son.
Ese combate interior que llevé como narrador del que les hablaba en el
comienzo, ese trabajo solitario que hice con mi escritura tiene que ver con
este cambio de mirada. Hombres como Castelli que se proponen cambiar este
mundo, no son santos Son hijos de este mundo y pueden exhibir y practicar la
perversidad de Saúl Bedoya. Yo tenía que persuadir a los eventuales lectores de
que Castelli fue el que fue porque tenía enfrente a enemigos como Bedoya. Los
que recién se asoman a la vida y los que se despiden de ella, saben que nada es
fácil, que nada se conquista fácilmente Este país tiene una historia salvaje
que los libros de Historia o la historiografía se esmeran por ocultar. Y yo
creo que la tarea de la ficción es, justamente, poner al descubierto ese
enfrentamiento, ese salvajismo Dar cuenta qué es.
Mónica Bueno: ¿Qué relaciones
estableces entre literatura y utopía? ¿Cómo operan y se imbrican los mundos de ficción con esos relatos de lo
posible, del "como si"?
A.R. : Te voy a contestar con palabras de Sartre y me las voy a adjudicar:
“Escritores comprometidos no pueden menos que hablar de otra cosa que de la
utopía" ; si no queda otra cosa. Por eso, yo pude escribir" Campo en
silencio" de Mitteleuropa que es un relato de un incesto prolongado
y querido, entre padre e hija y que aparentemente no tiene nada que ver con el
mundo que los circunda. Algunos se sorprendieron ¿Cómo yo podía escribir eso? Creo que hemos avanzado lo suficiente como para que
se acepte en estos días, que un narrador y no hablo por mí, pueda ser un gran narrador
y no necesariamente, la política ingrese en su narración. Por algo Borges
escribió lo que escribió o Bioy Casares. No es obligatorio que Bioy Casares
utilice elementos de la política en su narrativa. Yo diría que es casi
obligatorio.
EH.B. : Volviendo un poco a La revolución es un
sueño eterno, me parece que es un texto de valor posicional en tu producción narrativa.
Una novela que corroe la semántica de la historia de tus textos anteriores y
además, permite trazar un mapa
de lectura posible de tu poética,
diría de Nada que perder a La sierva
(1992). Por un lado, esa cita del pasado que en el caso de La revolución tiene como escenario básico la
revolución de Mayo, me recuerda esa lectura que Walter Benjamin hace de un
cuadro de Paul Klee, el Angelus
novus. Una nueva
lectura de la Historia, una suerte de nuevo "redentorismo" a partir
de esa cita que nos convoca desde el pasado. Volver a traer en ese relato del
fracaso de la Revolución o de Castelli, las huellas de un relato utópico inconcluso. Por otro, la novela
connota de manera ejemplar, la marca del deseo que se halla en tu escritura,
cuya tensión máxima se enhebra entre la utopía y el fracaso Como en otros
textos, la novela narra la historia de una derrota. Pero, ¿ de qué derrota
hablan tus textos?
A.R.: Cuando uno escribe, dice Bedoya, escribe para sí mismo y tiene
razón. Ni siquiera escribo para el lector imaginario que se tiene enfrente, del
que alguna vez, habló Piglia. Cuando uno no puede hacer la revolución en los
actos, de pronto tiene el privilegio de ponerla sobre el papel. Cuando la
escribí en 1987, tenía más esperanzas que ahora. No soy un augur ni un profeta,
soy un hombre común que escribe y que no se alimenta de esperanzas vanas.
Además la vida me enseñó que todo es fragmentario.
MB,. ¿La literatura operaría entonces como un espacio
utópico, contra-ideológico frente a lo social?
A.R.: Ya que estamos como en familia, me vaya citar a mi mismo. En Mitteleuropa hay un cuento que se
llama" Tránsitos" y alguien dice por ahí que ningún libro, ni la
Biblia que es una envidiable gran novela, puede cambiar el mundo. A veces, me pregunto
par a qué sirve escribir, qué consuelo le da a los hombres. Creo que nuestro
oficio es un ejercicio solitario y el más burgués que se conozca. No es compartido, está cargado de egoísmos, de los colores
que puedan elegir, el arco iris más uno, despierta los peores orgullos y
narcisismos y está lleno de las peores envidias. Más de uno a solas, dirá que
nadie escribe como él.
EH,B: No es casual que en tus textos se entrecrucen la escritura
de la historia con la autobiografía. En este sentido, yo pensaba tu poética como un diario
privado, en donde se corrigen y construyen otras versiones de ese relato de la
historia que solemos llamar. Escribir en ese diario, los momentos de la
historia que han sido callados o todavía no han tenido lugar; aplicando en la narración muchas
veces, modelos retroactivos y proyectivos. Y ahí, es donde veo un doble
anacronismo que inscribe de algún modo el deseo de tu escritura. Por un lado,
volver a la revolución para recuperar o interrogar desde el fracaso las huellas
utópicas interruptas, por otro, localizar en el pasado mapas de lectura del presente
histórico. Pienso por ejemplo, en En
esta dulce tierra (1984) y el sistema de analogías entre la Mazorca y el
autollamado “Proceso de Reorganización Nacional”, o esa inscripción o grafitti que lee ese Sarmiento medio flâneur,
medio loco, que pertenece a las Madres de Plaza de Mayo en El amigo de Baudelaire, o una cita que atribuís a Juárez
Celman en La sierva que suena muy
actual y se asemeja bastante, a un
discurso pronunciado por Menem ante las cámaras legislativas.
A.Rivera: Alguien dijo alguna vez que la historia cuando se repite es
comedia y yo no lo creo Tal vez es tragedia. Si fueron posibles esas
operaciones que vos señalás, fueron posibles porque nuestro presente se parece
mucho a nuestro pasado. Sí, es cierto que ayer había carretas y hoy autos pero
este país no cambió demasiado. En nuestro tiempo, padecemos los avances de la
tecnología, lo que se llama" civilización", pero son los mismos intereses
los que rigen la vida y el destino de este país, desde la Revolución de Mayo
hasta nuestros días. Hoy quizás estemos en una situación de pantano que yo
nunca conocí. Sin embargo, alguien debe estar escribiendo sobre esta situación,
debe estar mirando la cara de la gente, escuchando diálogos, mirando graffitis
en las calles o en los baños de un café o de un cine. Hoy debe haber un
novelista de la generación de ustedes y que no conocemos, que se debe estar preparando
para escribir sobre este tiempo o hablar por él.
E.H.B . .: Decíamos que en
tu escritura conviven la escritura del fracaso y la derrota pero también, está
la tensión utópica. Esa imagen de Castelli en La revolución es un sueño eterno que escribe, a pesar de su futura muerte por un cáncer de
lengua.
A.R.: Es una elección de la que yo no me arrepiento. No importa cómo yo
lo vea ahora, importa lo que yo escribo. Se dice que Balzac era monárquico pero
sus héroes eran plebeyos. No me queda mucho tiempo. No es que piense que me
vaya morir mañana; pero si soy honesto con todo lo que escribí de El Precio a El verdugo en el umbral (1994), son pocos los motivos que me pueden
impulsar a abordar un trabajo de cierta envergadura como La revolución es un sueño eterno
o incluso El verdugo en el umbral de
la cual no puedo ahora, abrir juicio. Dicen que Goethe escribió el Fausto a los 80 años. La nuestra es una
vida distinta a la que vivió Goethe para tener a esa edad, la lucidez y ese
ímpetu o fervor irrenunciable para escribir
ese texto ¿Qué va a pasar con esos textos? Sabemos por la ópera que Mérimée es
el autor de Carmen y cuando Carmen apareció vendió 30.000 ejemplares;
casi simultáneamente, Stendhal publicaba Rojo
y negro y le reprocharon que había vendido 700 ejemplares. Stendhal
afirmó en el lenguaje de su tiempo la mínima respuesta posible: "Cruzaremos
espadas con nuestros críticos dentro de cien años". Yo hasta los
veintisiete años creía que era inmortal.
Ahora estoy escribiendo un libro de cuentos cuyo título provisional es Farmer, tengo algunos datos, párrafos
muy avanzados. También vaya escribir la historia de los hermanos Vera. La pretensión
es muy alta, hacer de Ramón Vera un “anti-Martin Fierro”. Ramón Vera es un
hombre de caballos robados, no tiene caballo propio, no tiene animales ni majada de ovejas, ni mujer
propia, ni rancho, ni tierras. Todo eso lo tuvo Martin Fierro. Y también, tengo
en la cabeza, algo que me anda dando vueltas y que quizás sea un diario. Llega
el momento en que cuando se está comprometido con el trabajo de escritura, no
hay posibilidad de corrección, el libro se publica o se guarda. Y si no hay
posibilidad de publicarlo, uno se anima a mirarlo y a corregirlo corno El verdugo en el umbral.
N.F:
Darle un papel protagónico a alguien que aparecía en El amigo de Baudelaire, vinculado con Lucrecia a la historia de un crimen.
Hiciste hablar a Bedoya, a Lucrecia en La
sierva y ahora a Ramón Vera.
A.R.
: El puede hablar de su hermano que es un disminuido mental.
N.F.: De algún modo, se
podría decir que a través de tu poética, estás humanizando la historia oficial,
mostrando sus contradicciones y paradojas. Castelli puede actuar como Bedoya,
como por ejemplo se ve en la relación perversa que mantiene con su hija.
A.R.: La historia es una ficción inacabada, la nuestra y la
ajena Yo diría que La revolución es un
sueño eterno, hasta donde puede, habla de la verdadera historia. No hay
otro Castelli que ese, por lo menos para mí. Si hay otra historia de Castelli
está en los libros de historia que yo recorrí y que son deplorables, son la
versión oficial de la historia y esa
no es la versión de Castelli ¿Alguien nos dijo cómo fue la vida de Belgrano? Un
hombre siempre enfermo con blenorragia ¿Y sobre la vida de los hijos naturales
de los próceres que tienen estatuas en todas las ciudades y pueblos de este
país? ¿De dónde sale Dominguito a quien se lo ha endiosado frente a los chicos?
De eso no habla la historia que nosotros conocemos. Hay otro Sarmiento. Y si a
ese Sarmiento se lo debe juzgar por sus posiciones ideológicas, también debemos
saber quién es el Sarmiento privado que es inseparable del Sarmiento público. ¿Qué
pasaba con el Sarmiento que escribe el Facundo
como un panfleto? ¿Hasta dónde llegaba esa humildad que lo llevó a trabajar en
una mina en Chile y a escribir cuando podía, el Facundo? Él, que no conocía La Rioja, los llanos y se los podía
imaginar. Yo confío en que los novelistas del futuro acentúen este tono, que
puedan relacionar mejor que nosotros el hombre público con el privado y no
muestren un sólo hombre. Eso fue lo que intenté hacer, tanto con Castelli como
con Bedoya Y ese es uno de los cambios que se opera en mi escritura.
E. H:B, : Hay una imagen de
la Historia casi obsesiva en tus textos, que podríamos calificar de barroca y
pensar por ejemplo, en Shakespeare o en el dramaturgia de la época. La historia como "teatrum mundi", como
teatro bufo, un baile de máscaras en donde los sujetos, son figuras que cambian
o invierten posiciones: de
héroe a traidor; de amo a esclavo.
A.R.: Eso pienso yo. Tuve hace unos años una enfermedad que me
puso aliado de la muerte, uno que viene con ese deseo imposible de inmortalidad.
Quién escribe no se sorprende, va caminando por la calle escribiendo. Seguro
que eso que está escribiendo no aparecerá nunca o será un fragmento o una
palabra cuyo destello aparecerá en otro texto. La historia es un gran teatro.
Todos somos actores, no somos verdaderos. Un poco de eso hay en La revolución es un sueño eterno. Al
mismo tiempo yo distingo dos momentos, dos tonos diferentes entre lo que
escribí en En esta dulce tierra y en La revolución es un sueño
eterno e incluso con respecto a El amigo
de Baudelaire o a El verdugo en el
umbral Y esa metáfora barroca que vos marcás, no tiene por qué resolverse
en una escritura barroca, eso es lo que intento hacer ahora, porque escribo a
los saltos.
M.B. Cuando ustedes hablaban de
ciertos motivos barrocos, pensé en la escritura de La revolución es un sueño
eterno Y lo que me había llamado la atención cuando la leí fue la idea de ritmo
circular; la estrategia de la repetición que rompe con la linealidad y provoca un
efecto de lectura muy especial, vinculado con esa superposición dialéctica ¿Cómo se arma esa
escritura? ¿Es barroca?
A.R.' Yo no creo que sea barroca Castelli quiere decirlo todo porque es
un hombre joven que va a morir. No es justamente un viejo que está cansado de
la vida. El es un derrotado pero tiene ganas de luchar, de vivir. Hasta puede
llegar al incesto platónico con su hija. Tuvo ideales, quiso mujeres pero ahí
está la muerte. Yo creo que hay momentos en que dejamos de ser actores pero son
muy pocos en la vida. Uno de esos momentos es el momento sexual. No sólo porque
estamos desnudos físicamente sino también, porque es muy difícil aparentar el
momento sexual, ni siquiera cuando se paga.
N.F, Me acuerdo de un mamen to en
La sierva cuando se dice que Lucrecia "se sacó el antifaz" y es
justamente, en el momento sexual. De alguna manera, estaría ilustrando eso que
vos decís.
A.R. Yo creo que ese es uno de los pocos momentos, el otro seguramente,
debe ser cuando un ser humano enfrenta la muerte como Castelli. No solamente la
muerte por enfermedad, sino el instante previo. Pensemos en los desaparecidos.
Cómo describir lo que le ocurre a un hombre, a una mujer o a un joven que está
atado y amordazado y va a ser arrojado desde un avión al agua. Yo me lo pregunté
muchas veces ¿Qué se dice de eso?
¿Cómo se dice? Esos son algunos momentos en donde
aparecemos desnudos sin ningún disfraz-
E.H.B. ¿ Por eso Castelli puede" escribir"
la Historia?
A.R Yo creo
que él escribe la Historia, no tiene nada que perder
E.H.B, . Desde otro ángulo, esa tragicidad que marca
cierto tono de la escritura ¿tiene
que ver con el momento más extremo que tomás de la vida de Castelli?
A,R,: A mí me pareció que un hombre en esa situación límite,
no es cualquier hombre. Castelli es un hombre joven que va a morir. Y esto, sólo
lo pueden entender aquellos que han pasado por la posibilidad de rnorir. Ni
siquiera hay que abrirle las puertas, la rnuerte está ahí, sentada aliado de
uno. Castelli escribe así, porque sabía que tenía la muerte ahí y un día la
muerte ocupó su lugar.
M.B.: Y el momento de la
violencia hacia el" otro" del violador u opresor, del que tiene el
poder ¿no sería otra instancia del desenmascaramiento?
A.R.: Yo rne pregunto si no lo hace como oficio, como algo incorporado y
habitual. al igual que dormir, respirar o tornar el desayuno. Es una suerte de
"rnilitancia calificada". Quien tortura, viola otro cuerpo, lo hace
por algo. ¿Cuánto hay de realidad o de teatro en eso?
E.H.B.· Hablabas de las
instancias en donde un sujeto queda sin máscaras y antifaz. Y eso es un poco lo
que ocurre en la serie o "microsaga" que va de El
amigo de Baudelaire a La sierva.
Hay un enunciado fuerte de Michel Foucault que dice "las relaciones de poder
penetran 1os cuerpos" y creo que es una
buena consigna para leer tus dos textos. Para leer las relaciones entre el
estanciero e ilustre representante de la burguesía argentina de fin de siglo, Saúl Bedoya
y Lucrecia. Relación entre sexo y poder "encamada" en esos dos personajes
que invierte de alguna manera, la dialéctica hegeliana entre amo y esclavo.
A,R,: Dónde se nota el poder sino en el cuerpo del otro. Si alguien
tiene poder y veja al otro, no lo veja sólo porque tiene tal o cual empresa o
porque en esas empresas hay seres animados que son vejados. Recuerdo a un
hombre que tenía cuarenta y cinco años y el trabajo en una gran empresa como
Fiat lo había deshecho. Trabajaba para Forja, un sector de la fábrica que era
lo más parecido al infierno. Por eso pienso que los escritores son
privilegiados. Cuando escriben no tienen a nadie sobre sí y en una sociedad
como la nuestra es un privilegio poder escribir.
M.B.: Cuando te preguntaba sobre
la violencia hacia el cuerpo del otro, pensaba en el tema del represor que
aparece en Los vencedores no dudan (1989).
A.R: El Grupo Editor Latinoamericano publica primero La revolución es un sueño eterno y
después, Los vencedores no dudan. El
director de G. E L que para mí es un excelente artesano y sabe lo que hace,
discutió conmigo acerca del título Yo le había puesto “Ábranle las puertas del
paraíso”, pero hacía unos meses atrás que
el Almirante Emilio Massera, había pronunciado un discurso quizá tal vez
hoy olvidado, en el que decía que "la duda era una jactancia de los
intelectuales". El editor entonces, intenta aprovechar esa frase para el
título. Ahora, tendría que volver a leerla para ver si merece ser publicada
otra vez. Pero si lo merece va a ser publicada con el título que le puse en
principio.
EH.B. Qué curioso lo que decís
acerca de las razones del título con que fue publicada. Hay una repetición histórica de esa cita en tiempos
del “carapintadismo”, creo que fue Seineldín quien dijo "nosotros no
dudamos, los gramscianos dudan". En ese texto, ¿se repite la
estructura dialéctica que va de El amigo
de Baudelaire a La sierva? ¿Hay una inversión de
esa dialéctica con la figura femenina? ¿Ella viene a decir que
la verdad del erotismo se halla
en la traición?
A,R: Ella no traiciona, ella ocupa el lugar de él.
Contribuye con la muerte de un torturador que asume la tortura desde un campo ideológico.
Yo no quise mostrar en la novela, la vida de un mercenario de la tortura sino
más bien, el proceso y las impotencias de alguien que asume la tortura como
ideología. Su verdadero drama es conservar un mundo del cual él mismo se burla;
pero que sin embargo, lo defiende, porque lo ve estampado en la figura de sus
padres. No tiene alternativas, la otra opción era plegarse al otro bando. El
quiere acabar con quienes quieren acabar con esta sociedad y uno de los medios
para acabar con esa escasa multitud es la tortura. Y él la ejerce quizá
torturándose a sí mismo -no lo sé- y trasladando a veces, no sólo el discurso
del improperio y la amenaza con su propia mujer, sino también, con la impunidad
de la tortura. Ella contribuye a su muerte y no voy a descubrir ningún secreto,
si digo que esa fue según los libros de historia, la muerte de Santos Pérez.
Por eso aparece el nombre o el único nombre con que se lo conoce, en un documento
falso o ficticio Santos Pérez era tan
arrojado y un hombre de tanto coraje que sólo cuando su mujer se acuesta
con él en las horas de sueño, ella le arrebata debajo de la almohada, las dos
pistolas y eso se repite en Los
vencedores no dudan. Ella le
quita el arma y eso es aprovechado por su jefe director para abatirlo. Pienso
que luego ella ocupa el lugar de él, porque se repite la relación amo-esclavo
respecto de su jefe. El jefe director es un hombre leal que se convierte en
esclavo y en las últimas páginas, lo que intenté mostrar, es como ella, ocupa
el lugar del torturador.
M.B: . ¿ Y la opción de ella es también ideológica? ¿D una traslación
de máscaras y de lugares?
A.R: Yo no lo creo. Ella queda liberada y su cuerpo
adquiere todas las impunidades de su marido y comienza a ejercerlas con ese hombre
corrupto que fue el jefe de su marido. Es como yo veo ahora al libro. Mi
lectura de un libro que no volví a tocar y que ya no es mío porque cuando un
libro está impreso, lleva el nombre de uno por azar.
N.F. Y otra vez con este libro, vuelvo a tu
capacidad "ventrílocua". Escribiste desde la voz de un derrotado, de
un vencido y desde la voz de una mujer, sierva
de un torturador.
AR.: Así como me identifiqué con Castelli,
también traté de ponerme en el esqueleto de un torturador. Me pregunté cómo es alguien
que tortura a otro. No se puede escribir desde afuera. Y si ocurre eso que vos
decís, es porque yo intenté asumir el papel de actor. Uno desde que se
despierta hasta que se acuesta es un actor, después hay datos sólo formales
desde el ángulo de la veracidad. No alcanzo a imaginarme corno sería un mundo,
donde todos nos dijéramos la verdad.
M.B .: ¿ Qué tipo de genealogías literarias armás con
respecto a tu producción? ¿Qué
tipo de homenajes?
AR.: Todo escritor cuando lee, lee con dos ojos, una es la mirada del
lector, la otra es la lectura del escritor, del oficio. Una lectura que ilícitamente
roba, que juzga, que aprueba y desaprueba. A mí me formó la literatura
norteamericana. También he leído por supuesto otras literaturas, la literatura
rusa del siglo pasado y la de este siglo
hasta donde pude. Un escritor comparable a Hemingway que
incidió en mí fue Isaac Babel, sobre todo con Caballería roja; Onetti, por supuesto, y él es un gran deudor de la
literatura norteamericana. Quiero recordar que escribió un artículo en Cuadernos de Marcha, "El gran padre
Faulkner". Y todos de algún modo,
somos deudores de él. Onetti es un gran deudor de Faulkner, con todo lo grande
que es Santa María como mundo narrativo. Y entre nosotros, Piglia. Y no porque
seamos amigos o estemos vivos. A mí la lectura de La ciudad ausente, de "La loca y el relato del crimen" o
de "Prisión perpetua", me resultaron apasionantes. Aquí los escritores
somos poco competitivos para decir lo que dijo Faulkner en sus cartas de sus
contemporáneos. El decía que Wolfe escribió en la cabeza de un alfiler lo que
ellos escribieron en páginas, porque eran fracasados. Y de Hemingway dijo que
escribió siempre con los moldes; y lo ponía último, en una escala de cinco
escritores. Nosotros no lo hacernos. Somos pudorosos; es un país literario sin polémicas. Nadie va decir de fulano tal o cual cosa, si todo se reduce a
superar ese fulano.
E.H.B. En Nada que perder inscribís los nombres propios de Borges y Arlt.
Invertís o mejor, colocás en el suburbio típico de Borges otra situación
histórica, las luchas sindicales de las primeras décadas del siglo pero
también, en ese mismo contexto, aparece una reivindicación política de Arlt ¿Son marcas deliberadas de inscripción de un
linaje literario desde dónde es posible leer tus textos?
A.R.: Arlt fue una marca indeleble. Era lectura corriente entre los
obreros cultos y militantes de la década del '30 y del '40. No me pregunten qué
le encontraban a Arlt pero lo leían. Yo empecé a leer a Borges tarde, alrededor
de los treinta años. Borges nos influyó a todos, nos enseñó a escribir. No a
repetirlo sino a cómo escribir. No escribe un adjetivo de más, basta fijarse en
la economía de recursos que utiliza para escribir esos cuentos de primer orden.
Además, Borges es un espléndido "mentiroso". Esos barrios porteños
del suburbio que él suele aludir, temo que nunca existieron tal corno él los
describe. Que había guapos no me cabe la menor duda porque yo los vi, pero había
otras cosas que Borges callaba. Sin ernbargo, me gustaría resaltar una
inflexión que asume su escritura ¿Qué país es este que obliga a Borges, tan
aséptico en materia política, a convertirla en uno de los materiales de su
producción narrativa? A la caída del peronisrno escribe "La fiesta del Monstruo",
texto que él olvidó prudenternente. No era Borges quien escribió todo eso, sino
su rencor, ni Borges pudo eludirlo. Nuestro país no es felizmente un país en el
que se practique el "realismo mágico", no tenemos tropicalismo.
Tenernos una literatura que viene de la inmigración; Arlt es el producto de esa
literatura. Una literatura turbia que no es justamente la que produce García
Márquez. Volviendo a lo que hablábamos hace un rato, todavía espero a ese
novelista que hable de este tiempo pero no alcanzo a advertir entre los jóvenes
narradores, alguien con la suficiente estatura para eso. No hay ni por asomo
alguien que se llame Ricardo Piglia, Juan José Saer o
Eduardo Belgrano Rawson.
M.B :. ¿Qué relación
tenés con otros escritores? ¿Intercambiás
proyectos o ideas? ¿Es importante para vos la confrontación de
tu trabajo con otros escritores?
AR.: Mirá yo no frecuento las relaciones con otros escritores, salvo con
Ricardo Piglia con quien me relacioné cuando todavía yo no había publicado esos
mamotretos olvidables y él, todavía no había publicado La invasión (1967). De manera que nos relacionamos porque él
participaba de una revista militante. Los escritores deben hablar diez minutos
de literatura y todo el resto de mujeres, de la vida o de fútbol.
EH.B. : Hay escritores
vinculados a la institución
universitaria, uno de los lugares desde donde se forja la crítica. Te
preguntaba Mónica sobre la relación con los escritores, ¿ y con los
críticos, qué tipo de relación tenés?
A.R.: Antes tenía más paciencia y eso que ahora en esa materia, estoy
viviendo como una segunda adolescencia. Mirá hace tiempo ya de esto, pero una vez, la Nación tardó para hacerme una reseña, un año. Mi relación con el
mundo universitario es muy escasa. Hace poco me invitaron a Córdoba y viví una
experiencia extraordinaria y no porque justo yo haya interrumpido el Mundial de
Fútbol. Fue un diálogo muy vivo con los alumnos, se quedaron hasta el final de la
charla. Debe haber sido la primera y última vez que estuve con estudiantes
universitarios y me sentí muy bien.
EH.B: Hace poco leí un
trabajo crítico sobre tus textos que consideraba de manera fragmentaria, a En esta dulce tierra como una
reescritura de Amalia de Mármol. ¿Qué pensás de esta lectura?
A.R.: Es notable lo que me decís. Yo siempre tuve mucha aversión con Amalia porque me pareció una novela
horrenda, con una toma de posición muy deliberada. El propio personaje de la novela,
Cufré, dice que no es ni unitario ni federal, ni rosista ni antirrosista. El padece todos esos
años con esa mujer y no toma partido por ninguna de las dos facciones.
E.H.B: ¿Podría leerse a En esta dulce tierra como el fracaso, el
choque y desencuentro de alguien que llega a estas tierras de Europa
compenetrado en los idearios de la Ilustración y
sobre todo de los saintsimonianos?
A.R:
La novela se bifurca en dos
posibles finales, puede aceptarse uno o el
otro.
EH.B: Hay un gran ausente
en este diálogo y es David Viñas. Uno de los escritores argentinos que articuló
su producción narrativa, a partir de los fragmentos trágicos de nuestra
historia nacional. ¿Cómo leés tus textos en relación con la producción de
Viñas?
A,R: Es injusto no nombrarlo. Con Literatura argentina y realidad política dio un paso adelante en la
historia de la literatura argentina.
Y después creo que Los dueños de la
tierra es una gran novela.
Pero de todas maneras, no creo que David Viñas sea un espejo
para mí. Cuando terminé de leer Respiración artificial de Ricardo Piglia dije: así se debe contar el mundo de la represión. Cuenta muchas cosas más que eso y fue lo suficientemente audaz para
hacer una larguísima conversación entre Renzi, Marconi y Tardewski, que tiene
sólo el antecedente en Joyce, cuando esos irlandeses conversan y debaten acerca
de William Shakespeare.
M.B: ¿Y acerca de los jóvenes narradores qué podés
decir?
A.R: No me dicen nada. Leí la primera novela de Martín Caparrós,
Ansay o Los infortunios de la gloria
(1984) y me gustó, luego escribió una novela sobre la represión Novelas a tus muertos (1986) y preferí
otras lecturas. También, el primer libro de Forn me dejó conforme. Todo el
mundo ahora, sabe escribir. Saben escribir pero qué pasa con eso. Ninguno es Arlt
de quien se dijo que no sabía escribir, como alguna vez señaló Piglia en un
trabajo.
Edgardo H. Berg.
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