Invitamos a Martin para el 13 de noviembre. Lugar de cita la Facultad de Humanidades de la UNMDP.
A continuación, reproducimos un fragmento de la entrevista que le cedio a Julieta Vitullo, publicada originalmente en el número 110 de la revista Hispamérica, agosto de 2008, (director, Saúl Sosnowski).
"...Hay un quiebre con lo cómico y lo paródico de esas dos novelas (El informe y Los cautivos) a partir de Dos veces junio y vos mencionaste alguna vez quqe lo que te hizo despegarte de ese tono fue la pregunta "¿A partir de qué edad se puede empezar a torturar a un niño?", que es el interrogante horroroso con que abre la novela. ¿Cómo llegaste al tono de Ciencias Morales?
-Ahí no hubo un disparador tan puntual como en Dos veces junio. Allí la frase y la reacción ante la frase me situaba. Aquí la escena en la que primero empecé a pensar (y de ahí viene el tono en el que narrar esa escena) es el momento en el que María Teresa toca la nuca cuando revisan la formación. Y tenía que ser un tono que encarnara al mismo tiempo la seguridad de la autoridad y la debilidad de ella como mujer, la firmeza del que puede sancionar y su propia zozobra por lo que está teniendo que hacer. Y al mismo tiempo debía encarnar la impersonalidad de una requisa que ve en un alumno simplemente una infracción (ni siquiera una persona, sino la posibilidad de una infracción) y lo más íntimo, el deseo, la inquietud sexual. Me puse a escribir cuando cuando encontré un tono que pudiese flotar entre esas dos cosas e incluso tocarlas al mismo tiempo. Lo pude pensar a partir de esa escena, de la idea de que ella revisa el largo de pelo, revisa las medias y es pura autoridad, pura seguridad, pura firmeza, puro poder de sanción, y al mismo tiempo se inquieta: la piel, tocar, el contacto. Desde esa escena encontré el tono. Después fui expandiendo y cuando se me ocurrió la idea de que ella empieza a entrar al baño. Desde esa escena encontré el tono. Después fui expandiendo y cuando se me ocurrió la idea de que ella empieza a entrar al baño fue multiplicar todo eso, ahondar el mismo recurso pero en una escala cada vez mayor, porque es cada vez mayor lo que ella involucra de sí misma y cada vez mayor el aparato retórico de responsabilidad y autoridad que necesita emplear.
-María Teresa es el primer personaje femenino que trabajás a fondo. Es, en realidad, la primera protagonista mujer de tus novelas. Es impresionante el trabajo que hay sobre sus pudores, sobre su miedo al cuerpo (al de los hombres y al propio), sobre su desconocimiento, producto de una crianza. ¿Cómo se produce este trabajo? Vos decís que nunca investigás, de manera que no creo que esto surja de una investigación psicológica sobre la subjetividad femenina...
-No, para nada. En todas las novelas donde hay datos (por ejemplo, el árbitro de Segundos afuera), esas precisiones salen de una investigación mínima de veinte minutos o se inventan. Nunca investigo nada y menos algo así. Esto es una mezcla de percepción y algo del temperamento femenino que me parece que yo mismo tengo, sobre todo en esos rubros. Si bien nunca había aparecido, como decís, un trabajo sobre la subjetividad femenina, creo que hay algo que puede estar comunicado con esa zona de la que hablábamos antes, que es mi reactividad al machismo, que es algo en lo que yo sí fuí formado fuertemente. Puede ser que yo tenga esos anticuerpos femeninos producto de las vacunas de machismo que me inyectaron una y otra vez entre mis 11 y mis 19 años. Repetían y aumentaban la dosis porque veían que no me hacía efecto.
En lo que llamamos lo femenino (quizá nos tendríamos que poner de acuerdo en qué es, porque el paradigma de lo femenino cambió) me parece que hay algo del pudor o de la contención que en mí apareció por reactividad al machismo. Eso es algo que en Dos veces junio puse a jugar de manera muy explícita con el doctor Mesiano. Creo que esto probablemente me ha ayudado a imaginarlo, porque es la contracara del buen machito argentino, que es lo que se esperaba que yo fuera, y le salió pésimo a mi papá. Pobre, le salió fatal y el se dió cuenta y trató de extremar y perfeccionar las medidas para hacer de mí lo que debía ser, y no le salió, y él supo. Los dos sabíamos que no le había salido. Creo que en algún sentido imaginé esa subjetividad de Maria Teresa basándome en una inversión de los estereotipos que la educación del machito argentino presupone, tanto para el machito como para lo que el machito imagina que hay en la mujer. La reversión de todos esos prejuicios sobre el varón y la mujer me permitió seguir esa subjetividad. Tantas preguntas me hicieron sobre si la novela es autobiográfica y yo diciendo que no lo es, aunque yo haya ido al Colegio Nacional de Buenos Aires, pero al fin y al cabo quizá lo más autobiográfico pueda tener que ver con algunas cosas del temor de María Teresa, temor de aquel que no es seguro. Hay un punto de contraste entre, por un lado, la seguridad que ella encarna por el solo hecho de ser preceptora (una posición de sujeto, no una subjetividad, una posición de sujeto que le asegura la seguridad de su cargo de preceptora) y, por otro lado, la inseguridad que siente.
"...Hay un quiebre con lo cómico y lo paródico de esas dos novelas (El informe y Los cautivos) a partir de Dos veces junio y vos mencionaste alguna vez quqe lo que te hizo despegarte de ese tono fue la pregunta "¿A partir de qué edad se puede empezar a torturar a un niño?", que es el interrogante horroroso con que abre la novela. ¿Cómo llegaste al tono de Ciencias Morales?
-Ahí no hubo un disparador tan puntual como en Dos veces junio. Allí la frase y la reacción ante la frase me situaba. Aquí la escena en la que primero empecé a pensar (y de ahí viene el tono en el que narrar esa escena) es el momento en el que María Teresa toca la nuca cuando revisan la formación. Y tenía que ser un tono que encarnara al mismo tiempo la seguridad de la autoridad y la debilidad de ella como mujer, la firmeza del que puede sancionar y su propia zozobra por lo que está teniendo que hacer. Y al mismo tiempo debía encarnar la impersonalidad de una requisa que ve en un alumno simplemente una infracción (ni siquiera una persona, sino la posibilidad de una infracción) y lo más íntimo, el deseo, la inquietud sexual. Me puse a escribir cuando cuando encontré un tono que pudiese flotar entre esas dos cosas e incluso tocarlas al mismo tiempo. Lo pude pensar a partir de esa escena, de la idea de que ella revisa el largo de pelo, revisa las medias y es pura autoridad, pura seguridad, pura firmeza, puro poder de sanción, y al mismo tiempo se inquieta: la piel, tocar, el contacto. Desde esa escena encontré el tono. Después fui expandiendo y cuando se me ocurrió la idea de que ella empieza a entrar al baño. Desde esa escena encontré el tono. Después fui expandiendo y cuando se me ocurrió la idea de que ella empieza a entrar al baño fue multiplicar todo eso, ahondar el mismo recurso pero en una escala cada vez mayor, porque es cada vez mayor lo que ella involucra de sí misma y cada vez mayor el aparato retórico de responsabilidad y autoridad que necesita emplear.
-María Teresa es el primer personaje femenino que trabajás a fondo. Es, en realidad, la primera protagonista mujer de tus novelas. Es impresionante el trabajo que hay sobre sus pudores, sobre su miedo al cuerpo (al de los hombres y al propio), sobre su desconocimiento, producto de una crianza. ¿Cómo se produce este trabajo? Vos decís que nunca investigás, de manera que no creo que esto surja de una investigación psicológica sobre la subjetividad femenina...
-No, para nada. En todas las novelas donde hay datos (por ejemplo, el árbitro de Segundos afuera), esas precisiones salen de una investigación mínima de veinte minutos o se inventan. Nunca investigo nada y menos algo así. Esto es una mezcla de percepción y algo del temperamento femenino que me parece que yo mismo tengo, sobre todo en esos rubros. Si bien nunca había aparecido, como decís, un trabajo sobre la subjetividad femenina, creo que hay algo que puede estar comunicado con esa zona de la que hablábamos antes, que es mi reactividad al machismo, que es algo en lo que yo sí fuí formado fuertemente. Puede ser que yo tenga esos anticuerpos femeninos producto de las vacunas de machismo que me inyectaron una y otra vez entre mis 11 y mis 19 años. Repetían y aumentaban la dosis porque veían que no me hacía efecto.
En lo que llamamos lo femenino (quizá nos tendríamos que poner de acuerdo en qué es, porque el paradigma de lo femenino cambió) me parece que hay algo del pudor o de la contención que en mí apareció por reactividad al machismo. Eso es algo que en Dos veces junio puse a jugar de manera muy explícita con el doctor Mesiano. Creo que esto probablemente me ha ayudado a imaginarlo, porque es la contracara del buen machito argentino, que es lo que se esperaba que yo fuera, y le salió pésimo a mi papá. Pobre, le salió fatal y el se dió cuenta y trató de extremar y perfeccionar las medidas para hacer de mí lo que debía ser, y no le salió, y él supo. Los dos sabíamos que no le había salido. Creo que en algún sentido imaginé esa subjetividad de Maria Teresa basándome en una inversión de los estereotipos que la educación del machito argentino presupone, tanto para el machito como para lo que el machito imagina que hay en la mujer. La reversión de todos esos prejuicios sobre el varón y la mujer me permitió seguir esa subjetividad. Tantas preguntas me hicieron sobre si la novela es autobiográfica y yo diciendo que no lo es, aunque yo haya ido al Colegio Nacional de Buenos Aires, pero al fin y al cabo quizá lo más autobiográfico pueda tener que ver con algunas cosas del temor de María Teresa, temor de aquel que no es seguro. Hay un punto de contraste entre, por un lado, la seguridad que ella encarna por el solo hecho de ser preceptora (una posición de sujeto, no una subjetividad, una posición de sujeto que le asegura la seguridad de su cargo de preceptora) y, por otro lado, la inseguridad que siente.
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